El libro dedicado

Hace años hallé en una librería de segunda mano (o tercera, o cuarta) una antología de Óscar Wilde, «El ruiseñor y la rosa»

Yo tenía una, pero esta era especial: estaba dedicada.

«Para (fulano de tal) porque sin ti yo no sería lo que soy. Adiós y nos veremos algún día, ojalá que sea pronto Tuyo merecidamente (mengano)»

la firma, todo en tinta negra y tan apretado el trazo que había una leve rotura en el papel, en la palabra «Tuyo»

Por sí sola esta dedicatoria no decía mucho ni servía de mucho. Era una historia trunca. Pero sucede que en la última página había un nombre (a quien estaba dedicado) y un número de teléfono, de Marianao.

Así que allá fui frescamente, compré el libro y al otro día llamé. A la persona que salió le pregunté si había perdido un libro (así a lo bestia, cosas que se hacen con 22 años) Me preguntó qué libro era ese y le dije. Al otro lado se hizo un silencio extraño.

«Si le es posible tráigamelo o yo voy a buscarlo» me dijo. Contesté que yo se lo podía llevar, que me dijera a dónde y cuándo podía. «El viernes después de las 2» respondió.

Así y fui el viernes, no muy segura de si iba a ser regañada o agradecida. Ya no me parecía tan divertido lo que estaba haciendo pero el que cabalga un tigre no puede descabalgar, tiene que seguir adelante o matar al tigre.

La casa era en el barrio de Pogolotti, cerca de la línea de tren de 100. El señor me estaba esperando en el portal.

Había organizado el teatro de operaciones con esmero. Estaba sentado en un sillón, al lado había otro y en el medio una mesita con una cafetera, dos tazas y un libro exactamente como el que yo llevaba: la edición negra de «El ruiseñor y la rosa» de la colección Huracán de Arte y Literatura. Este estaba más manoseado que el que yo llevaba.

Antes de que me ofrecieran café o algo saqué el libro y se lo ofrecí.

El señor, llamémosle Roberto, tomó el libro que yo le daba y el otro de la mesa, y los puso juntos sobre sus piernas, uno al lado del otro.

«Sírvase café si gusta» ofreció «Disculpe que yo no lo haga, estoy muy nervioso. Cuénteme cómo consiguió este libro»

Le conté todo. Dónde lo encontré, lo de la dedicatoria, el número y por qué había decidido llamarle. Me escuchó.

«Este libro era de mi hijo» contó después de un rato (ya me había tomado dos cafés)

«Compramos uno para cada uno. Cuando decidió mudarse a Santiago de Cuba me lo dejó. Yo acababa de enviudar y estaba muy triste. Tuve que obligarlo porque no se quería ir»

«Pero le dije que tenía que ir y hacer su vida. Mi hijo es un científico que también se había enamorado. Este libro se me perdió hace dos años en la guagua»

Entonces sonó el teléfono. Roberto tenía el aparato puesto en el quicio de la ventana y se levantó a tomar la llamada. Habló unos minutos y me dio el teléfono «Le van a hablar»

Era su hijo, una llamada desde Santiago de Cuba «Gracias por llevarle el libro a mi papá. Se puso muy mal cuando se le perdió» Hablamos un rato más y ese día me fui de Pogolotti con dos amigos más.

Cada vez que encuentro un libro dedicado me pregunto a dónde podría llevarme la dedicatoria. Sé de gente que los colecciona.

Hay grandes y reconocidas colecciones de clásicos dedicados, donde lo más caro no es el libro sino la dedicatoria, la letra de quien lo dedicó, la historia tras la dedicatoria.

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