Cara de cuchilla

Los niños te enseñan… mientras tú enseñas ellos te enseñan. Y es mejor así, porque cuando «crees enseñar» sin aprender no aprendes nada y no enseñas nada. A mí me gusta que los alumnos me enseñen. Promuevo que quieran hacerlo y si no tienen intención de hacerlo, les pregunto, les pido «enséñame a…»

Así aprendí a hacer algunos modelos particularmente complicados de aviones de papel. Aprendí a mezclar maní con leche y capulí con miel, a cortar hojas en forma de pecesito y otras muchas cosas que los niños saben y solo las enseñan a otros niños porque los adultos no mostramos el menor interés en aprender.

Tuve la suerte de tener buenos maestros, pero uno de los mejores fue Aparicio.

Aparicio me enseñó muchas cosas, la más interesante fue… a ponerme cuchillas en la boca. La técnica la aprendió de sus tíos maternos, una partida muy folclórica, itinerante, malhablada, de machos centrohabaneros que se tomaron muy en serio la labor de educar a sus sobrinos, ahijados e hijos en aquella cultura marginada, subalternizada por la pobreza y el abandono.

«Abres la boca así» decía y me mostraba «te abres aquí» metía un dedo en la comisura de la boca y halaba hacia afuera mostrando la parte interior de la mejilla «luego metes la cuchilla aquí con cuidado, que te cortas to’ la boca si lo haces a lo loco» Entonces en silencio hacía la misma operación por el otro lado y ya tenías un niño armado… con palitos de madera, que con cuchillas no iba a dejar que me hiciera la demostración, por supuesto.
«No te puedes reír» advertía «ni hablar mucho, ni muy alto. No puedes hacer muecas, tienes que estar así» y ponía una expresión seca, seria, dura, nada infantil «porque si te pones a payasear, te cortas to’a la boca»

Practiqué delante de él, yo sí con las cuchillas… el pacto era que si yo era capaz de hacerlo todo un día, él se aplicaría mejor y no volvería a hacerlo «Nunca más, Aparicio» «Nunca, profe» y me miré en el espejo luego de armar mi boca.

-¿Qué parezco?- le pregunté tratando de lucir seca, seria, dura y nada infantil, y sin abrir mucho la boca ni hacer todas las muecas que hago al hablar.

– De cartón – respondió, confirmando que no había nacido yo para guardar cuchillas en la boca y que lucía todo menos natural – Si te cogen se van a dar cuenta.-

Le pregunté entonces qué clase de cara había que tener. Lo pensó un rato poniéndose la mano en la barbilla y mirándome pícaro. De pronto la musa le saltó encima e inventó el nombre de la expresión.

– De cuchilla, profe, pon CARA DE CUCHILLA.-

Aparicio fue diagnosticado de «superado» en su escuela, gracias al trabajo de mucha gente. Pasó al sistema de enseñanza general primaria saliendo exitosamente de la escuela para niños con trastornos de la conducta. No sé si logró liberarse de las cadenas de la desventaja social, la marginación y la subalternidad injusta que le marcaban para un mal futuro. Quisiera creer que sí.

Debe tener ahora unos 30 años, me enseñó a ponerme cuchillas en la boca y a poner «cara de cuchilla» para lucir convincente. No lo aprendí porque fuera a usar la habilidad para algo, sino para que él me permitiera enseñarle otras cosas que iban a serle más útiles y para alejarlo un poco de lo que le enseñaban sus tíos, los ruiseñores bandidos de Centro Habana, quienes fueron a su vez pequeños con cuchillas en la boca.

Los niños aprenden y enseñan. Cuando aprenden se convierten en tus maestros. Todos recordamos a nuestros mejores maestros.

Recuerdo a Aparicio, alumno y un poco maestro, y me pregunto dónde estará mi pequeño «cara de cuchilla»

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