Este año aprendí a despedirme, a saludar y a desear buenas cosas con dos palabras «Salud y paz»

Con todas las letras: ha sido un año perro. Ha sido triste, caótico, oscuro, lleno de sustos, muerte y malos augurios. La Patria ha sufrido, la Matria, también, la Humanidad entera se lo ha sentido como un zarpazo de realidad.

Luego de los primeros meses viendo las noticias, las redes, los reportes, a mí por lo menos me entró un miedo enorme de asomarme fuera «¿quién se habrá ido anoche?» pensaba «¿qué ha pasado mientras no miraba? ¿qué razones tendré ahora para lamentarme? ¿a quién tendremos que llorar? ¿tendré algo que temer?» y me quedaba medio paralizada de terror, con deseos de no salir. No era por ahí, no era así: no lo estaba gestionando bien.

Si bien otros años han sido duros y llenos de aprendizajes, el entrenamiento recibido en este ha vuelto, a los que supieron aprender, más sensibles, sabios, resistentes y frugales. Pero también más veloces, creadores y compasivos. Así de duro ha sido el 20 como entrenador.

Yo no leo nunca las letras del año el primero de enero, las descargo, las escondo y las leo en diciembre. Y la de este año que se va en un rato (aunque en Australia ya es el 21 y dicen que luce igualito que el otro) fue una letra horrible. Espero que dentro de 364 días desentierre de mis archivos la letra de este y confirme que, en efecto, fue un poco mejor, que lo aprendido en el 20 nos sirvió para afrontar con más sabiduría los desafíos de la naturaleza, que nos amamos más unos a otros, que le dimos valor a lo que era valorable y trabajamos por fabricarnos un año más leve y feliz.

Por eso no les deseo un feliz año como siempre, lo que es ambiguo y poco productivo. Les deseo, como aprendí a hacer en mis mensajes del 20: salud, paz, amistades, familia, trabajo, compasión, resiliencia, paciencia, fuerza y humanidad.

ÁmenSe, crézcanSe, búsquenSe, prosperen.