Podríamos preguntarnos por qué seguimos escribiendo novelas y poesías y dramas y ensayos después de la interminable lista de obras maestras que nos precede, en las que todo parece estar ya contenido y expresado y dicho y pensado. Los múltiples agoreros de nuestro tiempo exclaman una y otra vez: «La novela ha muerto. La literatura ha muerto. No hay nada que añadir. Todo está inventado. Más vale callarse», como si tuvieran grandes deseos de que en efecto fuera así, de que ya no hubiera más textos ni más historias ni más reflexiones. A esos agoreros tradicionales se unen las voces que hipócritamente culpan a los nuevos y no tan nuevos modos de entretenimiento (desde la televisión hasta el Internet, supongo, aunque nunca he tenido un ordenador en las manos e ignoro si son tan entretenidos) de estar desplazando y arrinconando y acabando con la literatura. Quienes lanzan estos lamentos y…
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