Anda por ahí un paquete de videos selectos donde modelos de pasarela de todos los pelajes se derrumban como sacos de papas en medio del desconcierto de espectadores y fotógrafos. Está en la oferta de cosas risibles, pero a mí no me da la menor gracia.
Nunca me ha resultado atractiva la profesión de modelo de pasarela y no precisamente porque yo no tenga la menor aptitud física para ejercerla ni porque sienta envidia de las que sí pueden. Como ocupación es efímera, segregacionanista, sectaria, reproductora de modelos de consumo, vulnerabilizante, agresiva contra la mujer, cosificadora, agotadora, solitaria. Es una profesión de mierda. Es muy dura y poco agradecida y que nadie se atreva a compararla con el deporte o la danza porque no hay trofeos ni récords, a duras penas, premios (escasos) y nada de retiros honrosos. Ya pueden decir que las modelos consiguen los mejores novios o se convierten en esposas de famosos, son tenidas por las más bellas, ideales de sensualidad y glamour, mejor vestidas, mejor arregladas, mejor mantenidas, trabajo fácil, pararse con un vestido de diseño y caminar por ahí. Eso dicen los que lo ven desde afuera y solo mirando a la minúscula punta de iceberg de las que llegan a la gloria.
Yo he tenido y aún tengo alumnas modelos. He tenido amigas modelos, conocidas, hijas de amigas. No es una vida fácil. Comen como pajaritos y se quedan con hambre a veces. Llevan fuertes rutinas de ejercicios y dietas y, si la genética no acompaña, a veces tienen que hacer modificaciones radicales en su cuerpo y rostro, realmente agresivas. Tienen que vestir lo que les dicen y no lo que quieren. No pueden hacerse en el cabello o la piel lo que les dé su reverenda gana, no pueden ponerse en las uñas el esmalte loco que les apetece o tienen que ponerse el que alguien decida Ad Maiorem Fashion Gloriam. No pueden broncearse o tienen que broncearse. No son dueñas de su cuerpo y a veces ni de su tiempo. Tienen que ser lo que los empleadores decidan y no lo que su cuerpo y sus ganas demanden. Mientras más famosas, menos libres, menos dueñas de lo que dicen y lo que expresan porque una frase espontánea delante del público equivocado, un tatuaje, una vestimenta no acorde a la imagen deseada, pueden echar por tierra la proyección estética y pública que sus empleadores quieren dar. Ella es un perchero, una vitrina, una ilustración de libro: modelo. Su imagen y cuerpo no son suyos, son campo de juego y práctica de alguien más para divertimento, recreación o adoctrinamiento fashionístico de multitudes. La ansiedad neurótica es casi un gaje de oficio. Aún en los momentos de relativa libertad siguen siendo esclavas de procederes cosméticos y rutinas de vida que tal vez les lleguen a gustar, pero que son, en medio de todo, impuestas.
No me da risa verlas caerse y hacer el ridículo. No siento ninguna feliz sensación de revancha y venganza interior al ver a las glamorosas Melanias, Naomis, Katies, Jasmines ni Claudias revolcarse en el piso como esqueletos rumberos desmerengados. Me da mucha vergüenza ajena y rabia cuando la gente se ríe: no es gracioso.
No disfruto que nadie se caiga delante de mí. Por chistoso que sea, antes de reírme verifico que no se rompió nada. No olvido a una profesora muy querida, de gran estatura (1.88 m), quien decía cuán peligroso le resultaba caerse porque era, a decir de ella misma, “demasiado grande, pesada y aparatosa” y podía lastimarse seriamente si daba con sus huesos en el piso.
Pero además hay un detalle, por si ven los videos: fíjense en los pies de ellas. Sus zapatos: los zapatos perfectos. El zapato perfecto, la ropa perfecta… no son perfectos. Han sido ajustados un rato antes de que ellas los vistan y calcen. A veces no son de su talla: nadie diseña ni factura para un desfile pensando en cuerpos o pies específicos. Se siguen criterios estándares y si tu cuerpo se ajusta a ellos, felicidades, si no, pues te rellenamos o te apretujamos para que quepas en el modelo. Y el proceso de rellenar y apretujar no obtiene resultados fiables. Hay ropa que se ha caído o roto en medio de un desfile dejando las carnitas flacas a la vista pero eso, por vergonzoso que sea, no es lo peor. Lo peor son los zapatos.
Quien se ha calzado zapatos sabe muy bien lo que cuesta domesticar un par nuevo. Necesitan tiempo y paciencia y resistencia. Los zapatos nuevos machucan tus pies aún cuando sean de tu talla y a tu elección, y si son zapatos altos, agárrate.
Las modelos no siempre están entrenadas para caminar así, no eligen sus zapatos ni tienen tiempo de domesticarlos y a veces los que van con su percha ni siquiera les sirven. Pueden quedarles apretados o enormes, para que sus pies bailen allá dentro o quepan a duras penas. Y tienen que salir a caminar perfectamente por una pasarela estrecha y resbalosa, a toda velocidad, con un pie por delante del otro e intentando lucir derechas, espigadas y perfectas, sacando cadera y pecho y sin mirar al piso. Me asombra que no sean más las que se caigan y me pregunto, por debajo de la franja de éxito y elegancia, ¿cuántos esguinces, fracturas y hematomas dignos de mejores causas habrán quedado en el camino? ¿cuántos desvíos de rótula, cuántos derrames de líquido sinovial, cuántas lágrimas?
No estoy intentando que le den a la profesión el respeto que merece, ya dije que, a mi criterio, es una profesión de mierda y no me gusta. Simplemente que lo piensen un poco antes de reírse. No es gracioso ver a una mujer perchero revolcada en el piso por la causa indigna de la moda.
Hay que usar botas para proteger los tobillos
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